Ermitas y ermitaños de Córdoba, cien años de fotografías

    


La sopa de los pobres de la compañía de J. Laurent, hacia 1870.


En Andalucía estamos acostumbrados a los estereotipos que nos retratan a base de tópicos. Son tan básicos que en una imagen meten a toda la población de una comunidad tan extensa como la nuestra. Y aunque es cierto que existen ciertas similitudes entre un almeriense y onubense o entre un granadino y un gaditano, cada comarca tiene su propia identidad. Algo que la fotografía ha intentado plasmar a lo largo del tiempo en un género específico, el de tipos del país. Una categoría fotográfica que buscaba categorizar a las gentes de un lugar por su aspecto exterior en un retrato reconocible en todo el mundo. En el caso de Córdoba capital, el tipo más singular y al mismo tiempo uno de los más tópicos durante décadas fue el de los ermitaños de la sierra. Estos personajes, ya desaparecidos, poblaron durante siglos las faldas de la sierra cordobesa, donde ocupaban cualquier cueva para llevar una vida contemplativa dedicada a la espiritualidad. En 1703, el Ayuntamiento de Córdoba les concede la cima de Sierra Morena que hoy conocemos como Las Ermitas del Desierto de Nuestra Señora de Belén, donde estos anacoretas se instalan y perviven hasta 1957, cuando la congregación se extinguió por falta de vocaciones. En estos cerros construyeron sus ermitas entre un laberinto de vegetación, donde desarrollaban una vida austera y autosuficiente, dedicada al rezo, a la caridad y a cultivar sus huertos. Esta sencillez vital y el maravilloso paisaje los convirtió en una leyenda que trascendió la provincia y los viajeros que recalaban en la ciudad no perdían la ocasión de subir los escarpados caminos de la sierra para conocerlos. Entre ellos nada más y nada menos que hasta tres monarcas españoles los visitaron: Isabel II, Alfonso XII y Alfonso XIII. 



Un ermitaño cavando su tumba de la compañía de J. Laurent, hacia 1870.



Placa estereoscópica original de la compañía de J Laurent, hacia 1870

Una fama que, como no podía ser menos, también atrajo a grandes fotógrafos que los inmortalizaron en sus placas, divulgando su imagen por toda Europa. El primer retratista del que tenemos constancia que ascendió con sus cámaras hasta el Desierto de Belén fue el francés Jean Laurent y Minier, o al menos uno de los fotógrafos de su célebre compañía, una de las más importantes del siglo XIX con sedes en las grandes capitales europeas. Se lo imaginan, subir por la Cuesta del Reventón a mediados del siglo XIX con más de 50 kilos en equipo: trípode, cámara, placas de cristal y un laboratorio portátil. Aunque tenemos pocos datos de este reportaje, aparece por primera vez en el catálogo de la empresa madrileña de 1872, fechándose uno o dos años antes. El trabajo, titulado "Escenas de las Ermitas de la Sierra", está compuesto por siete tomas, tanto en formato 3D como sencillo. Las fotografías, al menos a mi parecer, son de una potencia y una fuerza extraordinaria. Quizás porque su autor consigue un retrato muy cercano y veraz. Algo nada habitual en la fotografía de la época, aún llena de limitaciones técnicas y que los fotógrafos de la compañía Laurent resuelven con maestría. Sin embargo, no estamos ante fotografías instantáneas. Sin duda, se trata de posados preparados por el fotógrafo. Unas composiciones de gran belleza y llenas de teatralidad, en las que se busca captar la espiritualidad de estos personajes. Tanto por su temática moralizante, como por su plasticidad, son el primer antecedente del movimiento fotográfico pictorialista en nuestro país. Y, evidentemente, con estas tomas se crea la primera iconografía de Las Ermitas y los ermitaños de Córdoba, aportando vistas tan clásicas como la del reparto de las habas a los pobres, la de la confesión en la Silla del Obispo o la imponente placa del ermitaño cavando su propia tumba. 




La absolución de la compañía de J. Laurent, hacia 1870.


Sin embargo, tras ellas no encontramos más fotografías de Las Ermitas hasta el último lustro del siglo XIX, cuando el retratista local Antonio Palomares de Guevara vuelve a inmortalizar a los habitantes del Desierto de Belén. Sus imágenes, apenas un puñado, se pueden ver en el interior de la ermita de Santiago el Menor, y muestran algunas de las celebraciones religiosas de los religiosos. Son fotografías muy ricas en personajes pero muy estáticas y carentes de la expresividad de las tomas de Laurent. 



Los ermitaños hacia 1896 retratados por Antonio Palomares

A partir de este momento, los ermitaños se convierten durante décadas en una auténtica atracción fotográfica, en gran medida por la enorme difusión que de ellos realiza un nuevo medio de comunicación: la postal fotográfica. De hecho, los primeros editores de postales de nuestro país, los suizos Hauser y Menet, publican en el año 1902 una serie monográfica de 10 títulos de los ermitaños, en una fecha en la que los postaleros madrileños apenas tenían publicadas una docena de cartulinas de la ciudad en su catálogo general. Como en todas sus series, la autoría de las fotografías es desconocida. Son imágenes son muy intimistas y que intentan mostrar cómo es el día a día de la vida de los religiosos, pero de nuevo, carecen de la expresividad y espiritualidad que captó la casa Laurent. Desde este momento, las postales de Las Ermitas serán innumerables: en 1904 la casa Stengel & Co los incluye en su colección de Córdoba; al que reproducen hacia 1910 las editoras cordobesas La Catalana y Ana Arbués; en la década de 1920 aparece la serie del gran fotógrafo barcelonés Emili Godes con cartulinas de emulsión fotográfica; igual que el francés afincando en la capital catalana Lucien Roisin; mientras que el alemán Otto Wunderlich comer liza sus fotografías tanto en postales, láminas y copias fotográficas; una edición que no cede tras la Guerra Civil con las casas zaragozanas Arribas y García Garrabella e incluso con cartulinas en color real de la célebre postalera Escudo de Oro a finales en la década de 1950. 



Dos postales de la casa Hauser y Menet de 1902


Las Ermitas por Emili Godes hacia 1925




Dos postales de Lucien Roisin publicadas hacia 1929


Las Ermitas por Otros Wunderlich hacia 1928


Sin embargo, los reportajes más singulares sobre Las Ermitas de todo el postalismo son el trabajo del editor y fotógrafo aficionado cordobés Agustín Fragero, quien llega a realizar hasta tres ediciones diferentes de los ermitaños entre 1910 y 1919, año en el que publicar un álbum monográfico de los ermitaños donde el fotógrafo despliega sus fuertes influencias pictoricistas con cartulinas de extraordinaria belleza; y la edición de Heliotipia Artística Española que, a finales de la década de 1920, publica un álbum postal exclusivo con 20 ejemplares. Las fotografías, de autor desconocido, están impresas en un intenso color cian, y ahora todo el protagonismo de la serie recae en el paisaje y los caminos de acceso a Las Ermitas, incluyendo una espectacular vista del Desierto de Belén realizada en una panorámica de cuatro negativos enlazados. 


La hora de descanso, Agustín Fragero hacia 1915


El Desierto de Belén en un panorámica de cuatro fotografías, Heliotipia Artística 1928 Ca




Los ermitaños retratados por Francisco José Montilla, hacia 1910


Toma estereoscópica de José Sánchez Muñoz


Otro género que amplificó aún más la imagen de Las Ermitas por todo el país fue el de la prensa gráfica, que se hizo eco en sus páginas de todo tipo de noticias y reportajes sobre los habitantes del Desierto de Belén. Ya en 1904, encontramos el reportaje del madrileño Campúa de la visita del rey Alfonso XIII para la revista Nuevo Mundo. La más prestigiosa revista gráfica española La Esfera dedica dos reportajes a los religiosos cordobeses, uno con imágenes del cordobés Montilla y otro en el que recupera las instantáneas decimonónicas de Laurent. Los grandes reporteros cordobeses del primer tercio del siglo XX: Torres y Santos, también informan con sus instantáneas de los visitantes ilustres, así como de las inauguraciones del monumento homenaje a Antonio Grilo o de la del Sagrado Corazón. Pero los reportajes más potentes ofrecidos por la prensa nacional son los de un desconocido fotoperiodista llamado Erik. Este profesional firma dos reportajes para la madrileña revista Estampa donde su mirada anticipa el humanismo fotográfico de posguerra. Aunque son dos informaciones gráficas antagónicas, en una titula como uno de los ermitaños podría ser un descendiente de los zares rusos, simplemente por su parecido, mientras que el otro incide sobre la labor social de los religiosos al alimentar a los pobres que suben hasta su puerta. Ya en plena Guerra Civil no podemos obviar la icónica toma del fotoperiodista sevillano Serrano de los requetés de guardia en el sillón del obispo. 





Alfonso XIII en Las Ermitas fotografiado por Campúa en 1904



El monumento a Antonio Grilo fotografiado por Adolfo Torres en Nuevo Mundo en 1928



La inauguración del Sagrado Corazón en Las Ermitas por Torres y Santos, 1929





Los ermitaños por Erik, 1932


Tras el conflicto, el gran pope de la fotografía española José Ortiz Echagüe visita la sierra cordobesa y realiza otro de los grandes retratos de los ermitaños bajo su mirada y su técnica pictoricista. Son imágenes de una extraordinaria potencia visual que forman parte de su libro España mística, cuya primera edición vio la luz en 1943. Este recorrido por la historia visual de Las Ermitas no se puede cerrar sin hacer referencia a las fotografías que les realiza mi compañero de Diario Córdoba Ricardo, en la década de 1950, cuando capta a los últimos moradores del recinto. Unas instantáneas que cierran un ciclo fotográfico de casi un siglo en que los ermitaños se convirtieron en uno de los tipos más característico del país, dejando para algunas de las fotografías más fantásticas de la historia de la fotografía de la provincia.



Los requetés en la Silla del Obispo, 1936


Retrato de un ermitaño por José Ortiz Echagüe, 1943 Ca


El refectorio por Ricardo, hacia 1950

















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